Esta es una nueva sección de CATABUENVINO para hablar de todo aquello que siendo liquido no es vino. Es un cajón de sastre donde meteremos un poco de todo.

martes, 20 de diciembre de 2011

ARTE CULTURA Y CERVEZA


Los devotos de la cerveza conocen bien el mecanismo. La primera pinta despeja la mente. La segunda relaja los músculos y, si acaso, desata un tanto la lengua. Pero el locuaz necesita de una tercera para que su cabeza comience a vagar por senderos insospechados. Si bebe despacio y llega algo sólido al estómago, un espíritu beodo se asomará con cautela (los más entrenados requieren de una cuarta pinta). Una instancia a la que se llega con demasiada facilidad con un whisky doble. ¡Si lo divertido es el camino!
Su baja graduación y efectos progresivos colocan a la diosa rubia cervecera en clara ventaja frente al sobrevalorado Baco a la hora de inspirar, cual musa, a creadores y artistas. Sin embargo la cerveza goza de mala fama. Los griegos la consideraban una bebida de bárbaros incultos y no hay sentencia latina comparable al 'in vino veritas' que le haga justicia. Hoy su consumo se asocia a la vulgaridad de taberna o al desmadre de los 'hooligans'. La nobleza cultural del vino eclipsa a la cerveza y la confina a un inmerecido exilio intelectual. Aunque no siempre ha sido así. Ni tiene por qué serlo.
La exposición 'Arte y cerveza' de la Galería Gaudí de Madrid, que reúne los trabajos de un centenar de artistas de todo el mundo dedicados a su bebida de cabecera, rompe la veda. Llega el momento de reconocer que el culto a la diosa rubia ha propiciado obras perdurables y ha inspirado a las mejores mentes/paladares.

Ernest Jünger y Paul Newman

Paul Newman en 'Al caer el sol'.
Paul Newman en 'Al caer el sol'.
Aviso a navegantes para quien se vea tentado de echar mano de la birra con fines estéticos: la rubia es traicionera. "La cerveza vuelve la sed agradable", decía Ernest Jünger. Y sus propiedades digestivas mantienen a raya al vómito como autodefensa del organismo. Resultado: la cogorza llega sin aviso. Cuando el aire se torna denso y la lengua pastosa, ya es demasiado tarde porque los sudores fríos ya están ahí. Para muchos, la resaca que provoca es peor que la de sus parientes de alta graduación. Algo así como una cabeza arrasada por una estampida de búfalos.
Baudelaire, mucho más aficionado al ajenjo y al opio, la denigraba como "una bebida extraída de los excrementos de la ciudad", sin embargo no hay disciplina que no esté en deuda con la diosa. Incluso hasta el sétimo arte. Según cuenta Shaw Levi en 'Paul Newman. Una vida', el protagonista de 'El color del dinero' no perdonaba su cerveza ni en el set de rodaje ni en la ronda de entrevistas. Newman llevaba incluso un abrebotellas colgado al cuello para estar siempre listo.

Francis Bacon y Violadores del Verso

En las artes plásticas quien se lleva la medalla de espuma es Francis Bacon. Su especial debilidad por la cebada fermentada lo conducía a diario los pubs londinenses. Sobre todo, a los de estética y clientela 'working class'. En todo caso, hoy resulta difícil interpretar su 'Retrato de Inocencio X' o su 'Cabeza rodeada de carne de vaca' sin una buena pinta de por medio.
En el terreno musical la épica del rock parece hacer buenas migas con la cerveza. Pero lo cierto sus grandes mártires (Janis Joplin, Hendrix, Jim Morrison...) fueron más amigos de los licores fuertes y las drogas duras. Y los ejemplos de fidelidad a la espuma se encuentran más bien en los márgenes y tienen algo de sordidez, como Bon Scott, de AC/DC (muerto en 1980, ahogado en su propio vómito) quien le dedicó a la cerveza versos perdurables como 'She pours my beer, licks my ear / Brings out the devil in me'. Más cercano es el caso de Kase-O, del grupo de rap etílico español de alta gradución Violadores del Verso, que se autodefine como "el hombre de la meada larga".

La gloriosa literatura irlandesa

Günter Grass. | Carlos Barajas
Günter Grass. | Carlos Barajas
En el gremio de las letras, los aficionados a la birra fueron (y son) legión. Para empezar, está la legión irlandesa (James Joyce, Beckett, Flann O'Brien...) que parece llevar su afición a la negra Guinnes en los genes. Pero el santo patrón es sin duda Charles Bukowski, también conocido como Hank o Viejo Cerdo, que, para muchos detractores, fue mejor bebedor que escritor. Los cierto es que el autor de La máquina de follar exhibía en su propia anatomía (abultado vientre cervecero) los pernicioso efectos estéticos del consumo indiscriminado de 'pilsen'. Lo que más le gustaba a 'Buko', además de "rascarse los sobacos", era pasarse las noches en blanco escribiendo y bebiendo cerveza tras cerveza acompañado de música clásica en la radio.
Otro gran bebedor fue Francis Scott Fitzgerald, destacado miembro de la Lost Generation o, como prefieren algunos, Wet Generation (Generación Húmeda), que al promediar la década del 30 solía beber entre 20 y 30 botellines de cerveza diarios para mantener su ritmo de escritura. Pero no sólo de americanos brillan las letras cerveceras. El Nobel alemán Gunter Grass es un incondicional del lúpulo. Y la espuma también rebosa en obras como 'La espuma de los días', del frances Boris Vian, o en el 'Retrato de un artista cachorro', del poeta galés Dylan Thomas. Es verdad, Thomas murió tras ingerir de 18 whiskies, pero la cerveza fue su primera amor.
En realidad, tampoco hace falta irse tan lejos para encontrar buenos ejemplos de literatura cervecera. Los tenemos en casa. La periodista mallorquina Llucía Ramis, ganadora del último premio Josep Pla por 'Egosurfing', dedicó su celebrada primera novela 'Coses que et passen a Barcelona quan tens 30 anys' "a los 87 litros de cerveza que han sido fuente de mi inspiración".

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